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Saludo Domingo 3 de Mayo

Queridos profesores y familias:

 

Todos recordarán esa famosa máxima de San Agustín, “dos amores fundaron dos ciudades: la una, el amor de sí hasta el desprecio de Dios; la otra, el amor a Dios hasta el desprecio de sí”. Más tarde, San Ignacio de Loyola formulará el mismo principio en la meditación que tituló “las dos banderas”. Hoy les presento el texto escrito por un santo mucho más moderno, del siglo XIX, y que es descrito por el papa Pío XII como: el “campeón de Cristo presente en el sagrario”, él es San Pedro Julian Eymard. Dice así:

 

“¿Qué debe hacerse para ser enteramente de nuestro Señor e ir progresando de continuo en su servicio?

 

Contesto con una sola palabra: combatir por amor para con Él y con las fuerzas de este amor a cuanto se opone a que Él reine y viva en nosotros.

 

Véase al hombre frente a dos leyes: el amor de Dios y el amor de sí mismo; dos amores que luchan en interminable guerra. Hay que obedecer al uno o al otro, determinarse por alguno de los dos. Es imposible quedarse indiferente.

 

El combate no termina con la costumbre de una vida virtuosa. Nos parecemos a una balanza: cuanto más santos nos hacemos y nos elevamos hacia Dios, tanto más nos combate el amor propio y nos tira hacia abajo.

 

Ya que habéis escogido el amor de Jesucristo, Él tiene que ser vuestro modelo, ley, centro y fin. Lo cual requiere que hagamos perpetua guerra al yo humano, al amor propio, revistiéndonos de la fuerza del amor divino, más fuerte que la muerte, contra nosotros, contra todo. Pero esta misma fortaleza menester es dirigirla. Hay que combatir con ánimo resuelto y valeroso y tener maña para emplear mejor los medios.

 

¿Cómo tendremos fuerzas? Por Jesucristo: “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil.4,13).

 

Es necesaria esta fuerza continua y de todos los instantes, siempre en tensión, pues el hombre viejo nunca muere. Bien se puede encadenarle y detener su acción en una u otra de sus ambiciones, pero reaparece en las otras. No hay más remedio que volver a comenzar continuamente; siempre se necesita una nueva vigilancia. Los que no obran según este principio están ya vencidos por una falsa paz.

 

La fuerza consiste en el amor de Dios. Hay que amar a Jesucristo soberana, universal y absolutamente, sin poner nada sobre Él ni al nivel suyo. Esto exige un sacrificio total del amor propio, que sin nunca cansarse grita: yo, para mí; siendo que debiéramos decir siempre: nuestro Señor ¿Qué quieres mi Señor? ¿qué no quieres? En conociéndolo, esto debe bastarnos para obrar. Su voluntad, su gloria, su beneplácito deben ser nuestra ley y nuestra orden.”

 

He citado tres santos (san Agustín, San Ignacio y San Pedro Julia), pero son muchísimos más los que enseñan e insisten en esta doctrina que, al final, no es más que recoger, explicar, profundizar o transmitir lo que dijo el Señor: “Nadie puede servir a dos Señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará a otro” (Mt. 6,24).

 

Animarles mucho a acercarse al inmenso Amor de Cristo, para que, descubriendo su belleza y su verdad, se convenzan de que no hay nada mejor ni más grande que dejarse guiar por Él. Sólo el Amor de Dios hace nuevas todas las cosas. ¡Ábranse al amor de Dios! Verán cuantas maravillas.

 

Un abrazo a todos, que Dios les bendiga y la Virgen les cuide.

 

 

Padre Josep Vives G.

HNSSC

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